Los aranceles marcan el fin del comercio mundial tal como lo conocemos. Los próximos meses marcarán un periodo de enormes turbulencias, con negociaciones a nivel político y, lo que es igual de importante, el mundo empresarial actuando para adaptarse lo mejor posible a esta nueva realidad.
Todo ello repercutirá en los beneficios de las empresas y en la cotización de sus acciones. Para quienes deseen evitar los riesgos crecientes y prefieran adoptar un enfoque más defensivo, la deuda pública -en particular la estadounidense y cada vez más la europea, a medida que aumentan los rendimientos ofrecidos- constituye en estos momentos una alternativa atractiva a la renta variable.
Pero los inversores con visión a medio y largo plazo no deben pasar por alto la inmensa capacidad del ser humano para adaptarse a las nuevas circunstancias. Una capacidad que permitirá a las empresas recuperarse una vez encontrado un nuevo equilibrio. Así pues, no es momento para el pánico.
Estados Unidos elige a los ganadores
Un 10%, este es el nivel mínimo de los ligeros aranceles recíprocos anunciados por Donald Trump contra el resto del mundo. La idea básica es gravar a cada país con el 50% de lo que grava la producción estadounidense. La fórmula utilizada es, cuando menos, cuestionable. Es difícil tener en cuenta los aranceles aduaneros y no arancelarios, así como otras políticas que actúan como freno al libre comercio; elementos difíciles de cuantificar. Por ello, la Casa Blanca se basa en el nivel que sería necesario para reequilibrar el comercio exterior. Dada la vitalidad de la demanda estadounidense y la debilidad de la demanda interna de los países que abastecen a Estados Unidos, ese reequilibrio no es en absoluto evidente.
El nivel básico del 10% es una especie de impuesto de acceso por el privilegio de vender al enorme mercado estadounidense. Pero está reservado a los países que la Casa Blanca considera que imponen pocos obstáculos al libre comercio. A los demás se les pedirá que paguen bastante más, y éste es sin duda uno de los efectos más perversos de estos nuevos aranceles: Estados Unidos está eligiendo ganadores y perdedores, invalidando de un plumazo las estrategias de diversificación de muchas empresas, independientemente de la relación que se establezca entre Estados Unidos y los países objetivo.
Asia en el punto de mira
Entre los países sujetos al mínimo del 10% se encuentran el Reino Unido, que exporta relativamente pocos bienes a Estados Unidos, y Brasil, lo que resulta relativamente sorprendente dadas las tensas relaciones entre el presidente Lula y la Casa Blanca. Al limitar al 10% los aranceles sobre el acero y los productos agrícolas brasileños, Donald Trump espera sin duda limitar el impacto de los aranceles sobre los precios de los alimentos. Pero al hacerlo, está dando al gigante sudamericano una ventaja competitiva significativa.
Por el contrario, Asia será la más afectada por los derechos de aduana. Está, por supuesto, China, la "bestia negra" de Estados Unidos. Para China, el nuevo arancel del 34% se suma al 20% ya vigente. Como resultado, el país tendrá que hacer frente a un total del 54%. Un nivel elevado, pero que sin duda será objeto de negociación en los próximos días y semanas, ya que China es uno de los pocos países que cuentan con argumentos sólidos para poner en aprietos a Estados Unidos. Aunque el acercamiento a China no es especialmente sorprendente -la bolsa china ha reaccionado mejor que la mayoría de las bolsas asiáticas y de otros países-, el acercamiento al resto de actores asiáticos es especialmente devastador. Los aranceles del 46% y el 49% contra Vietnam y Camboya están acabando con las estrategias de diversificación de muchas empresas que buscan una alternativa barata a China. Como era de esperar, la bolsa vietnamita fue la más afectada al día siguiente del anuncio (-5,4%).
Europa y Japón, a la zaga
Con los derechos de aduana fijados en el 20%, la Unión Europea sale mejor parada que otras, e incluso obtiene una ligera ventaja competitiva sobre algunos de sus competidores, ya sean asiáticos (Japón 24%, Corea del Sur 25%) o europeos (Suiza 31%). Es muy probable que en un futuro próximo se celebren negociaciones también en este ámbito. La exclusión del sector de defensa estadounidense del programa europeo de rearme podría ser una carta importante. Pero nada de esto servirá de consuelo a las numerosas empresas del Viejo Continente que, ante la debilidad de la demanda, tanto en Europa como en los mercados asiáticos, cuentan con el mercado estadounidense para impulsar sus ventas.
Lo mismo cabe decir de los fabricantes japoneses y coreanos. No sólo la demanda interna es débil en estos países, sino que también sufren las restricciones impuestas por Estados Unidos a sus exportaciones a China. Y para empeorar las cosas, tendrán que hacer frente a una avalancha de producción china en mercados alternativos, que ya no encontrará compradores en Estados Unidos. No es de extrañar, por tanto, que el Nikkei de la bolsa japonesa y el Kospi de la bolsa de Seúl figuraran entre los valores más bajistas de la jornada, con descensos de alrededor del 4% y el 3%, respectivamente.
Un cambio profundo
El Día de la Liberación, el 2 de abril, marca un profundo cambio en la dinámica del comercio mundial. Sabíamos que Estados Unidos quería replegarse sobre sí mismo. Pero nadie sabía hasta qué punto estaría dispuesto a sacrificar su éxito para conseguirlo. ¿Ayudarán estas medidas a reactivar el empleo industrial en Estados Unidos? Es posible. Pero a estas alturas hay que afrontar los hechos: este sector no es el que hace del país una potencia mundial.
Su fuerza reside en otra parte, en su capacidad de innovación, su apetito por el riesgo, que atrae cerebros y buenas ideas de todo el mundo, y en sus gigantes tecnológicos, que son la envidia del mundo. Pero cuando se trata de bienes, el país ha optado por encerrarse en sí mismo. Abandonando toda esperanza de ser competitivo, acaba eliminando en la medida de lo posible a la competencia que, sin embargo, podría enseñarle cosas. Se trata de una enorme pérdida para Estados Unidos, que acabará repercutiendo negativamente no sólo en su capacidad de innovación, sino también en la calidad de vida de los estadounidenses, que tendrán que conformarse con alternativas menos eficaces y más caras. El ejemplo del mercado automovilístico es elocuente: en un momento en que el sector atraviesa dificultades, el gigante chino BYD ha visto dispararse el precio de sus acciones. Su capacidad de innovación y sus nuevas tecnologías tienen mucho que ver. Pero al optar por prescindir del mercado estadounidense (y, por tanto, no exponerse a los vaivenes de la política de ese país), también ofrece a los inversores una mayor visibilidad de cara al futuro. Otros se verán tentados a seguir su ejemplo.